Mi novio se va a casar.
Vale, técnicamente es mi exnovio, porque hace dos meses decidió que nos «diéramos un tiempo», pero yo seguía creyendo que íbamos a acabar juntos.
En cualquier otra situación, saber que lo he perdido sería lo peor que me pudiera pasar, pero todo puede empeorar todavía más: la novia es mi mejor amiga… y me han invitado a la boda.
No pienso asistir, y me da igual que vaya a celebrarse en un lugar precioso en Escocia.
Nada ni nadie conseguirá hacerme cambiar de opinión.
Ni siquiera cuando un extraño deliciosamente guapo insiste en que necesita ir conmigo de acompañante.
Ni siquiera cuando me lanza esa sonrisa tan sexy y provocativa.
Pero, claro, si luego va y me ofrece la oportunidad de mi vida, mi sueño hecho realidad, ¿cómo podría decirle que no?
Solo le he puesto una condición: tiene que ser mi novio; es decir, tiene que fingir que es mi novio.
Y estoy a punto de averiguar que fingir puede ser muy divertido…