"En algún punto de la prisión, alguien gritó. Era un grito largo y penetrante que terminó con un gemido. El grito no penetró en el cerebro de Berner. El teniente estaba echado sobre la burda mesa, con la cabeza apoyada en los brazos. Pensaba en aquellas letras, unas letras grandes y doradas, artísticamente enlazadas. ¿Podían costarle el regimiento disciplinario? El 37º de Artillería o el 17º ¿Qué era el llamado regimiento de ?infrahombres? de Dortmund? Individuos sobre los que había que escupir. El había despreciado a aquellos elementos criminales, indignos de respirar el mismo aire que los verdaderos soldados, pero dignos o indignos, aspiraba a entrar en los regimientos disciplinarios de Dortmund. Allí había alguna probabilidad. Se mostraría valeroso para dejarlos lo más pronto posible. Rápidamente, una carta al Inspector General de Artillería y también al Feldmarschall Keitel, el jefe del Ejército, que era artillero. Este no permitiría que un teniente de su arma muriese asesinado por unos infrahombres, Se rumoreaba que los miembros de los regimientos disciplinarios eran los encargados de las ejecuciones en Torgau. Este nombre le conmocionó como hubiese podido hacerlo un puño cerrado. ¡Torgau! Dios mío, ¿podía ser cierto? ¿Estaba verdaderamente en Torgau? El nombre que significaba el infierno, la tortura, la muerte.
Estalló de nuevo en sollozos y se palpó los hombros. Sí, seguía siendo teniente y le fusilarían como teniente. Pero él no quería morir".