El vertiginoso encumbramiento social de don Rodrigo Díaz de Vivar, hijo del
cardenal Mendoza, culmina con apenas veinte años de edad. Los tres mayorazgos que le cede su padre convierten al flamante marqués del Cenete en un hombre rico, y su matrimonio con uno de los mejores partidos de la nobleza castellana, Leonor de la Cerda, alienta su aspiración al ducado de Medinaceli. La muerte, sin embargo, golpeará pronto su vida al llevarse de su lado a su mujer y a su hijo varón. A la vuelta de un viaje a Italia, donde descubrirá fascinado la nueva arquitectura italiana, el apasionado romance vivido con María de Fonseca derivará en un matrimonio secreto que los enfrentará a su familia y a los Reyes Católicos. María tendrá que soportar los maltratos de su padre, la imposición de un segundo matrimonio con su primo y un largo confinamiento en castillos y monasterios, mientras que Rodrigo perderá el favor de los soberanos, sufriendo incluso prisión.
Tras la fuga de la marquesa, auspiciada por su marido, y el cambio de coyuntura política en Castilla, la pareja encuentra finalmente la paz y la felicidad. A partir de entonces don Rodrigo puede concluir la construcción de su castillo de La Calahorra, que domina desde una colina el altiplano de Guadix y encierra en su interior un espléndido y sorprendente palacio italiano (1509-12). En sus muros el marqués del Cenete, tan culto como «travieso y malsesado», quiso dejar orgulloso testimonio para la posteridad de su azarosa biografía, desde su enfrentamiento con la Corona hasta su historia de amor con María de Fonseca.
La presencia en la obra de artistas italianos, la importación de parte del palacio en mármol de Carrara, la soberbia escalera –conjunción de tradiciones proyectivas italianas y tipologías hispanas– o el rico catálogo de portadas cuya figuración fue deducida en parte de un cuaderno de dibujos italiano (el Codex Escurialensis), hicieron del temprano castillo-palacio de La Calahorra un monumento único del
Renacimiento español.