Buesa alcanzó en vida una popularidad inusitada, tanto dentro de Cuba, como en el orbe del idioma español. Todavía hay personas en Hispanoamérica, incluso en España, y muchísimas en Cuba, que recuerdan de memoria sus versos, los cuales fueron gala en recitales de declamadores, sirvieron como letras de canciones, fueron oralizados por la radio y la televisión, y hasta declamados a veces parcialmente en algunos filmes. Pasaron manuscritos de mano en mano, se los leyeron entre sí novios de todas partes o sirvieron para declaraciones amorosas. Tal currículo emocional no siempre fue del agrado de los cultos e incisivos críticos; muchos de ellos han seguido considerando a Buesa como un bardo inferior, de calado emotivo populista, y por ello solía ser desposeído de mención o estudio en historias literarias, diccionarios, tesis académicas o de la profusión crítico-ensayística. Pero Buesa sigue vivo con su poesía al hombro. O mejor sea dicho: su poesía sigue viva, arrastrando consigo el nombre de su creador.