José Milicua (1921-2013) investigaba como un científico, conversaba como un connoisseur y escribía como un poeta. Se enfrentó con frescura intelectual a problemas viejos y nuevos, y devolvió a los estudios iconográficos la dignidad de ciencia. Sus dotes literarias -reconocidas desde que tradujo a su maestro Roberto Longhi- lo llevaron a cultivar el arte de escribir sobre arte y a transformar sus descripciones en verdaderas écfrasis. Con memoria visual y ojo crítico, reivindicó el papel del historiador como intérprete de las obras y educó la mirada de generaciones de estudiantes.
Trató con igual pasión y rigor a los grandes maestros -el Greco, Caravaggio, Zurbarán, Ribera, Goya- que a artistas de menor fama, y su curiosidad fue transversal, de Cranach a Picasso. Pese a ser uno de los más completos historiadores del arte de la España del siglo xx, su obra es muy poco conocida. Por fortuna, su discípulo Artur Ramon ha reunido los mejores escritos publicados por Milicua y algunos inéditos en este volumen, a la vez homenaje a su magisterio y testimonio de su legado como crítico.