Murillo es uno de los pintores españoles que más atención ha suscitado en la historiografía desde el siglo XVII hasta la actualidad, con valoraciones cambiantes de su obra en función de cada época. Es un artista que ha sido instrumentalizado y utilizado por la capacidad de comunicación que ha tenido y tiene su obra, algo de lo que el propio pintor fue responsable desde el mismo momento en el que se afianzó en su Sevilla natal, gozando de un prestigio en vida que consiguió gracias a los recursos de su arte, su talento y también a la habilidad para provocar emociones y despertar las pasiones.
Gracias a la cultura visual y al análisis de lo que sus imágenes han sido capaces de suscitar se puede entender mejor su pintura, como si de profecías se tratara. Lo que aparentemente resulta fácil y directo no es más que el espejo de un complicado juego empático cuya única finalidad es la persuasión y seducción de un hábil conocedor de los códigos hispalenses y de los recursos que suministra la pintura. Murillo se anticipó en muchas ocasiones a las respuestas del público, realizando obras en las que el aura se impuso, abriendo el camino de su prestigio y cautivando e ilusionando a los coleccionistas que, subyugados por su lenguaje, le rindieron culto hasta el punto de hacer de su obra una religión. Con ese espíritu sus capacidades de persuasión han permanecido vigentes a lo largo de la historia, dando prueba evidente del triunfo de su obra ante el tiempo.