La misma palabra "viaje" viene envuelta, ya desde tiempos remotos, de un aroma de aventura y peligro, de un hálito de azar veleidoso y seductora incertidumbre. Cuando viajamos, no lo hacemos sólo para buscar la lejanía sino también para abandonar lo propio, el mundo doméstico cotidiano y metódico, para disfrutar del no-estar-en-casa y, por ello también, del no-ser-uno-mismo. Deseamos interrumpir el simple ir viviendo por medio de vivencias... el viaje es derroche, sumisión del orden al azar y de lo cotidiano a lo excepcional.